Cuando mis compañeros y yo encontramos al fin las ruinas de Pra’xitek, estábamos tan cansados que nos flaquearon los ánimos en el peor de los momentos. Sin embargo, encontramos la inspiración que nos faltaba en un manuscrito que no llevaba escrito más de dos años (a juzgar, por lo menos, por las referencias históricas a la Última Guerra que hay en él).
El autor, que presumo gnomo por los 57 centímetros de nombres con los que se presenta y firma (y que no incluyo para no cansar al lector), logró lo impensable: llenar nuestros corazones de orgullo y coraje.
A continuación, las palabras de este inspirador narrador de cuentos.
Deja de hacer lo que estás haciendo, suelta este pergamino y empieza a explorar. ¿Por qué sigues leyendo? ¿No quieres ver esas gigantescas ruinas en Xen´drik? ¿El poder (y el terror) que inspiran los Sellos de Aaldrash? ¿Todos los tesoros de rubíes y zafiros en Haka`torukah? ¿No tienes espíritu aventurero? ¿Acaso estás muerto por dentro?
Yo, Caligarde Alastorian*, he sido un nómada explorador desde que salí de mi casa hace ya cinco años. Abandoné la casa de mis padres en Sharn, la Ciudad de las Torres, y todas sus maravillosas comodidades para poder ver el fabuloso mundo que la rodea. He llevado a cabo espectaculares presentaciones siempre que un oído amable quiera prestarme atención, desde tabernas repletas de marinos mercantes a espaciosos y lujosos salones reales. Soy un cuenta-cuentos y déjame decirte algo sobre mis audiencias; no importa quiénes sean, príncipes potentados o humildes artesanos, tienen una cosa en común: las sagas bélicas ya no les importan.
Todo Khorvaire debe estar harto de la guerra, lo que es muy normal después de un siglo entero lleno de ella. Nada me ha valido un peor recibimiento (y algún ocasional tomate podrido) que otra narración de «Los Valientes y los Vigilantes» o «La Carga de los Jinetes de Plata». Francamente, mi corazón ya no se inspira con esas historias como antes. Ya no tiene sentido recurrir al patriotismo para que la gente se enliste en el ejército y defienda Cyre. De todas formas, ya no queda mucho de Cyre por defender.
La otra noche me presenté ante una hostil reacción a lo que creí que era una de mis mejores versiones de «La Marcha del Amanecer en Tinieblas Rojas». Se trataba de un público predispuesto a volverse desagradable, a menos que una costumbre local les dé una razón para llevar cachiporras y mazos a las presentaciones artísticas. Era además mediodía, así que las antorchas también resultaban sospechosas. Así que improvisé: Inventaba, mientras las contaba, las hazañas de un elfo, un enano, un humano y yo explorando las ruinas de la ciudad perdida de los gigantes. Monstruos de muchos ojos y tantos más tentáculos los persiguen a lo largo de pasadizos llenos de cuchillas y dardos y cuartos repletos de oro y gemas, hasta un enfrentamiento final con hechiceros de macabras túnicas y ojos inyectados en sangre.
Para cuando me di cuenta, ya no veía mazos ni cachiporras: veía bocas abiertas. Todo cuenta-cuentos sabe esto: cuando no pueden sostener sus mandibulas en su lugar, las monedas no tardan en volar hacia el escenario. La gente suele decir que no tengo escrúpulos, pero eso no es de todo cierto. Guío mi vida bajo una regla, y esa noche la rompí. Cuando cuentes una historia, no la inventes… déjenme defenderme. Primero, era una situación que lo ameritaba. Segundo, inventar y exagerar son cosas muy distintas. Por eso te digo que, si en lugar de estar leyendo esto, hubieras salido y empezado a explorar parajes exóticos, no tendría que inventar nada. Es más: ¡estaría contando historias sobre ti! Contaría cómo te ríes del peligro siempre que te enfrentas a un maniático que quiere destruir el mundo. Así que deja de leer este manuscrito de una buena vez y empieza a viajar. Y si puedes, haz que te acompañe un gnomo. Los niños adoran a los gnomos, y niños riéndose siempre hacen a una audiencia feliz.
me dio ganas de darle chance a un gnomo en mi siguiente party, vamos a ver como va
Being the little guy