A veces, cuando uno entra a ver una obra de teatro basada en Calabozos & Dragones, espera dragones imponentes, combates épicos y grandes momentos heroicos. Sí, lo sé. Ver una obra de teatro basada en nuestro hobby favorito no es usual. De hecho, es la primera vez que he podido hacerlo. Y lo que no esperaba —y que en esta ocasión recibí con una sonrisa de oreja a oreja— es el retrato fiel del caos que ocurre en una verdadera mesa de juego cuando los dados deciden que la noche no será épicamente gloriosa, sino ridículamente memorable.
La producción que fui a ver no era una superproducción con presupuesto millonario ni efectos especiales de cine. Era una puesta en escena nacida de un laboratorio de actuación, con todos los riesgos y pequeñas imperfecciones que ello implica. Y sin embargo, fue justamente esa condición la que la hizo tan auténtica: se sentía como estar mirando a un grupo real de amigos jugando una campaña, cometiendo errores, improvisando soluciones absurdas y riéndose de sí mismos mientras el mundo (tanto el real como el ficticio) avanzaba a trompicones.
Uno de los grandes aciertos de la obra fue su estructura narrativa. La historia se desarrollaba en dos planos: por un lado, veíamos a los jugadores alrededor de la mesa, con sus dinámicas reales, sus pequeñas tensiones y los recuerdos de campañas pasadas. Por otro, la aventura dentro del mundo de fantasía, donde esos mismos jugadores interpretaban a sus personajes. Este “juego de espejos” no solo era ingenioso, sino que le daba un peso emocional adicional a la trama. Entre combate y combate, no solo vimos a todos los personajes fallando estrepitosamente pruebas tras pruebas, sino al DM improvisando las más inesperadas formas de continuar con la aventura, las que incluyen desde las Moiras del Destino hasta un feroz dragón, pasando por supuesto por un giro inesperado sobre el villano principal. Mientras los héroes se enfrentan todo esto, los jugadores nos muestran cómo han crecido y tomado caminos muy distintos, y al mismo tiempo cómo todos estaban, de alguna manera, intentando recuperar la magia de sus primeras partidas.
Si alguna vez has jugado D&D, sabes que no hay nada más hilarante —y, al mismo tiempo, frustrante— que encadenar varios 1 naturales. La obra capturó ese espíritu a la perfección. La imposibilidad estadística de que un grupo tan entrenado pudiera fallar tantas veces seguidas sirve no solo de trasfondo irónico, sino que (y muy lejos de ser un problema) la dramaturgia aprovecha para generar comedia física y momentos de absoluta camaradería. El público no necesitaba entender las reglas para reírse: bastaba con sentir la desesperación colectiva de un grupo intentando tener éxito y metiéndose en mayores problemas. Incluir el cliché de las preguntas inintencionadas cuando se tiene un número limitado de las mismas es tan solo un ejemplo de ello.
Uno de los detalles más encantadores fue el uso de números musicales con letras adaptadas al contexto rolero. Las que más destacaron desde mi humilde perspectiva de espectador fueron:
- «High Adventure«, de Aladdin, adaptada para narrar el inicio de la que se convierte en la última sesión del grupo.
- «The Room Where It Happens«, de Hamilton, reimaginada para representar el mayor reto que enfrentarán los héroes, antagonizándolos unos contra otros.
- «My strongest suit«, de Aida, con un increíble desempeño por parte de Sofía Sam y que ayuda a poner una gran dosis de energía y espectáculo casi desde el inicio de la obra.
- «I’m not a loser«, de Bob Sponge SquarePants, interpretada por Miguel Valdivieso que pone una cuota de locura que quienes jugamos D&D valoramos especialmente porque sabemos que lo que no parece tener lugar en nuestras sesiones lo encuentran y al hacerlo se convierten en los momentos más memorables de nuestras historias.
Todas las adaptaciones fueron ingeniosas, llenas de guiños que cualquier jugador de rol podía captar, pero lo suficientemente claras para que cualquier espectador pudiera disfrutar las bromas (lo sé a ciencia cierta: pregunté a las personas que me acompañaron a ver la obra). Lo más emocionante de la obra no está sin embargo en las notas alcanzadas en canciones nostálgicas ni las icónicas coreografías de Broadway importadas de «Be Italian» de Nine, «Born to hand jive» de Grease y «Hot honey rag» de Chicago, sino en la sensación agridulce de saber que las historias y amistades que se construyen alrededor de la mesa de juego quedan para siempre, aunque las campañas pueden terminar… y esa sensación se la debemos a los actores sobre el escenario (que deben haber subido no uno sino varios niveles después de todo el esfuerzo que podemos ver que han puesto en esta obra). A pesar de los impases técnicos propias de una obra en proceso, la sinceridad de la propuesta brillaba más que cualquier producción impecable. Porque, como en cualquier buena partida de Calabozos & Dragones, lo importante no es que todo salga perfecto, sino que todos vivan la aventura juntos. Ojalá este proyecto encuentre la forma de volver a ser presentado pronto.
Salí del teatro con la misma sensación que tengo después de una gran sesión de juego: la cabeza llena de anécdotas, el corazón un poco más ligero y la certeza de que las historias que contamos, por absurdas o improvisadas que sean, nos unen. Esta obra no solo capturó el espíritu de Calabozos & Dragones; también nos recordó que, tanto en la mesa como en la vida, los mejores momentos no siempre vienen de una tirada alta… sino de las carcajadas que siguen a un 1 natural.
Desde este blog, enormes felicitaciones a todo el elenco y equipo creativo detrás de «La Gran Búsqueda». Desde la butaca que ocupamos al verlos les mandamos una inspiración heroica para que puedan usar en su próxima aventura.